Nota: escribí este post en el avión, cuando volaba hacia Philadelphia, donde estoy actualmente. Lo he encontrado por casualidad, y me ha hecho ilusión compartirlo.
Me marcho de mi tierra por un tiempo largo. Nunca me ha gustado decir adiós, aunque lo hagas muchas veces, nunca te puedes acostumbrar. Esta vez quería innovar, y a modo de despedida, decidí subir a lo más alto de Catalunya.
Todo empezó en la cena de despedida con mis amigos. Siempre nos ha gustado la montaña, y cada verano dedicamos nuestro tiempo a irnos de campamentos. Antes lo hacíamos como niños, ahora lo hacemos, con mucho gusto, como monitores. Simplemente sienta bien poder devolver los buenos momentos, hacer sonreír a un niño, jugar en el río y caminar por los bosques.
Volvamos al tema. Cenando, surgió la idea de subir al pico más alto de Catalunya. Así seguro que en el avión tendría la sensación de haber dejado huella, de marcharme con un Recuerdo en la maleta. Al fin y al cabo, la vida se construye con estos Recuerdos, los Momentos importantes.
Hace diez años subí a la Pica por primera vez. Desde entonces han sucedido muchas cosas, más de la mitad de ellas serían impensables para la Marta de 12 años. Recuerdo que me costó muchísimo, y que a punto estuve de dejarla a medias. Pero el empuje y la motivación que me dieron mis compañeras, mis amigas, fue más fuerte.
Después de tomar la decisión de subir la Montaña, empezamos a hacer planes. Igual no estaba tan cerca como creíamos, igual nos iba a llevar más tiempo del pensado. Pero la decisión estaba tomada, y queríamos subirla.
Al mediodía del viernes salíamos de Barcelona en dos coches, con las mochilas cargadas de lo indispensable. Barritas energéticas, frutos secos, sopinstant y campingas, las tiendas de campaña y una botella de moscatel, por si el frío apretaba más de lo previsto. Fue un viaje largo, más de cuatro horas de coche, buscando el camino más corto hacia Áreu, el pueblo más cercano a la Pica.
De Áreu llegamos a la Vall ferrera por una pista forestal, que hizo chirriar a nuestro vehículo (el pobre seat ibiza no está acostumbrado a tantos baches y piedras). La pista se acaba en un párking, el de la Molinassa, nuestro punto de partida el día siguiente.
El sol se fué por detrás de las montañas y se desplomó el frío oscuro sobre la Vall Ferrera. Nos pilló plantando tiendas, así que clavamos las piquetas tan rápido como pudimos y pusimos los sacos de invierno en el interior. Era el momento de cenar algo caliente, y el campingas hizo su trabajo. Nos agolpamos alrededor cual moscas a la miel, y con un sonrisa comentábamos cómo en la montaña, cualquier comida, por simple que sea, te sabe a gloria. Decidimos guardar el moscatel, el día siguiente nos teníamos que levantar muy pronto para caminar (y creedme, para algunos de mis amigos eso es realmente una proeza).

Manjar de dioses
A las 5:45 AM del sábado sonaba mi despertador, a petición popular fué danza kuduro, recordándonos que el verano aún estaba coleando. Como ya he dicho antes, la mayoría de mis amigos y amigas son de irse a dormir tarde y levantarse cuando el sol lleva horas brillando. En ese sentido somos distintos, yo soy más “fenotipo gallina”, y me gusta dormir cuando es de noche. El sábado hicieron excepción, y en tiempo récord (una hora) levantamos el campamento. Hacía humedad, frío y era de noche. Pero estábamos nerviosas por empezar, y teníamos miedo de no llegar a la cima, así que nos dimos prisa.
En el refugio de la Vall Ferrera (a diez minutos del párking) nos tomamos un café, colacao y galletas (príncipe, todo un clásico de nuestras excursiones). Con los niveles de energía recargados, tomamos la empinada cuesta que surge de detrás del refugio, sorteando piedras y baches.
Según nuestros cálculos, subir y bajar hasta el punto de partida nos llevaría unas diez horas, paradas incluídas. No podíamos encantarnos por el camino, ya que no queríamos tener que conducir de vuelta a altas horas de la noche…
El camino hacia la pica es precioso, y por sus sendas observamos como el silencio de los valles pirenaicos recibía los primeros rayos de luz. El primer trecho de la ascensión no es fácil, pero generalmente tienes la energía al tope, así que no cuesta tanto subir y trepar. Nuestro plan era hacer una parada en el primer lago, el estany de Sotllo, y desayunar algo antes de empezar a subir propiamente la montaña.
Al cabo de hora y media, llegamos al lago. El sol había salido ya, aunque aún no calentaba demasiado, y los anoraks no molestaban para nada. Un pequeño desayuno para seguir tirando, tampoco vale la pena llenarse mucho y no poder andar. Más vale ir comiendo en pequeños intérvalos: frutos secos, galletas y chocolate, la energía que necesita cualquier montañista.
A eso de las once nos encontramos con una de las peores subidas de la excursión. Era la Tartera de la pica. Un desnivel de casi 400 metros, una pendiente del 40%, un pedregal muy empinado. Paso constante y sin mirar demasiado arriba, no sea que te entre el miedo. Hacía frío, pero sudamos. Nos asombró la cantidad de excursionistas que también subían la pica, parecía una procesión, un desfile de modelos equipadas con botas e impermeables, algunas de alta calidad, otras del siglo pasado.
Cuando llegas al cuello de la montaña tienes la oportunidad de contemplar lo que has subido. Ffffiiiuuu, impresionante. Pero aún queda unas buenas dos horas para llegar a la cima, que fueron las más duras. Das un gran rodeo por la cara norte, bajas y subes por antiguos glaciares, algunos con nieves permanentes. Muchas rocas, toca ir atenta a tus pasos, no sea que resbales y todo acabe muy mal. El riesgo de la montaña en este tramo es importante.
Finalmente, cuando empiezas a subir la que será la senda hacia la cumbre, tus piernas te piden que pares. Te gritan a cada paso que ya basta, que te sientes, que vuelvas a casa. Pero por suerte, algo dentro te empuja a subir, a poner un pié detrás del otro, agarrarte a las rocas y vencer la montaña.
La sensación de alcanzar la cumbre es indescriptible. Durante unos instantes, ya no cuentan tus piernas, ni tus brazos, ni tan sólo tu mente, que también está cansada. Solamente te invade una sensación de paz, de satisfacción, de orgullo, de estar viva. Cuando miras a tus amigos y ves que sienten lo mismo, sabes que ha valido la pena el esfuerzo.
Una vez arriba nos hicimos fotos y compartimos el momento con los otros montañistas. Es curioso, pero subir una montaña hace que los desconocidos se hablen, se den palmaditas en la espalda y compartan cacahuetes. Espero que este compañerismo no sucumba a las prisas y a la hostilidad de la sociedad en las ciudades, que el sentimiento de hermandad entre personas no se borre de las cumbres.
La bajada fué dura, sobretodo para las rodillas. No mentiré, para mí fué una gozada, y quizás me pasé haciendo la cabra por la tartera. En una hora ya estaba en el lago, me dejé llevar por la inercia y la gravedad, y mi velocidad se aceleró demasiado (mis piernas aún me lo están recordando). Pero me lo pasé bomba. Comimos en el lago, embutido y pan con tomate, un manjar de dioses. Seguimos bajando, interminablemente, hasta el refugio, donde llegamos con el alma agotada. Curiosamente, la bajada desde el lago hasta el refugio se me hizo más larga que la subida, generalmente es al revés.
Llegamos al párking a eso de las siete y media, justo para sacudir las tiendas y subir al coche. Nos esperaban cuatro horas de viaje, y al final una gran sorpresa. Mis amigos, en un arrebato de locura (quizás el cambio de presión nos había afectado demasiado…) decidieron ir directos a las fiestas de Granollers, ya que tocaba un grupo que nos gusta a todos, Gertrudis.
Sobra decir que nuestro estado al llegar a Granollers era poco más que deplorable. Debíamos ser la viva imagen de un grupo de supervivientes a un desastre natural. Recuerdo la sensación de estar flotando, de sentarme en el césped a la una de la noche, con toda la tropa a mi alrededor. De sorber una cerveza fría y escuchar la música, que llegaba como irreal.
Al cabo de dos o tres horas, cuando mis ojos y músculos se pusieron en huelga, nos fuimos a dormir. Habían sido casi 24 horas de absoluta vida.
No se me ocurre mejor manera de despedirme de mi querida tierra y de mi gente.
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